martes, 28 de mayo de 2013

APRENDIZ

Hoy, nuevamente, busqué tu nombre en facebook y en google. Nuevamente no te encontré y supongo que fue lo mejor. Pero me  angustia, me sofoca pensar que han pasado mas de 5 años después de la última vez que te vi, y aun siento una necesidad absurda de reivindicar mi nombre contigo, de probarte que no soy ese monstruo que te hicieron creer, que no soy esa mujer enferma, obsesiva, loca en el peor sentido de la palabra, que él te hizo creer.

Solo era una niña cuando lo conocí, y para cuando tu apareciste en el mapa, ya era tarde. Era tarde para ambas. Tarde para dos mujeres ya condenadas a creer, a aceptar, a llorar a escondidas ante la conciencia de lo que nos había pasado. Porque claro que éramos conscientes. Claro que nos dábamos cuenta de lo que ocurría, de lo que estaba él haciendo de nosotras, de lo que estábamos haciendo nosotras mismas de nosotras.

Vivíamos lo mismo, sabes? Tu, yo y ella. Sí, éramos tres. Pero tu decidiste declararme la guerra solo a mi. Culparme de un sufrimiento, de una infelicidad de la que solo podías culparlo a él. Y a ti misma, claro. Decidiste creerle y condenarme a mi. Y te comprendo. Te comprendo porque era tu única salida: tu única salida para no enloquecer, para poder justificar tu desdicha culpando a alguien más, para tratar de auto-convencerte de que ni tu ni él eran el problema, sino yo, la loca, la enferma, la que a los 20 años argüía planes malévolos contra los dos.

Que tonta fuiste. Fuimos. Pero lamento informarte, que tu lo fuiste más. ¿Crees que a mi no me dijo las mismas cosas de ti que te dijo a ti de mi? ¿Que no inventó las mil historias para lograr que yo te culpe de mi infelicidad? Lo hizo, siempre. Pero quizás tuve la suerte de conocerlo años antes que tu. Y digo suerte porque, gracias a ello, yo ya no creía en nada de lo que decía. Yo ya sabía que el único que estaba detrás de todo era él, envenenándonos para que nos odiáramos, porque las personas unidas son peligrosas.

Yo salí victoriosa. A mis 22 años, con esa juventud de la que tu te mofabas y sobre la que creías tener una gran ventaja, ya era yo demasiado consciente hacía tiempo de como eran las cosas, de quien era él, de qué se trataba todo el cuento. Y gracias a eso huí, desaparecí, fui libre. Libre de él, libre de ti, libre de ese mundo surrealista en que me metieron sin que yo me diera mucha cuenta, pero del que fui culpable también al no salir mucho antes, al haber sido débil, al haber sido niña.

No se si tu habrás tenido la suerte que tuve yo. Quizás también por eso te busco. Para saber si pudiste partir, si no sigues viviendo ese infierno que yo tan bien conozco. Si al igual que yo, aprendiste tu lección y no volviste a permitir que nadie te convierta en eso que fuimos, en eso que no me atrevo a nombrar, para lo que en realidad no hay siquiera un nombre.

Pero también te busco, lo acepto, para gritarte que soy inocente. Que nunca hice nada contra ti. Que en ese entonces tenía la inocencia que ya no tengo hoy, y que el mismo miedo me habría paralizado sin poder mover un solo dedo en tu contra. Todo lo inventó él, todo.

Y te diría también que ya encontré mi camino y que espero también hayas tu encontrado el tuyo, muy lejos de él. Y si aún no lo hubieras logrado, no me alejaría de ti ni un momento hasta que te convenzas que al salir, será como empezar tu vida de nuevo.

Pero mientras no te encuentre, sigo aquí. Mujer, normal y ya libre. Con esa tranquilidad que da saber que todo lo vivido enseña, y que soy una buena aprendiz. No, no me quita el sueño encontrarte, pero no dudes que de vez en cuando, siempre, volveré a googlearte, deseando con todo mi corazón, encontrar algún dato que me lleve a ti.

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