domingo, 15 de julio de 2012

Crónica de mi Viaje a Marrackech – Parte Final


Apenas terminé de comer me dirigí a mi alojamiento para descansar. Eran apenas las 8pm, pero además del cansancio acumulado del día, la verdad era que no había absolutamente nada más que hacer. Al menos no en la Medina, pues días después me enteré que en el lado moderno de la ciudad todo era distinto: pubs, discotecas, cines, etc.  Lástima que, estando sola, no se me dio muy bien eso de explorar más zonas desconocidas.

Al día siguiente amanecí contentísima. Sabía que ese día no tendría experiencias desagradables y no que equivoqué: fue el mejor día de mi viaje.

Había contratado – por 50 euros – un tour full day a las montañas, que incluían mi anhelado paseo a camello. Salimos temprano por la mañana, y por el miedo a quedarme dormida terminé estando lista 1 hora antes de la partida debido a que había olvidado que Marrackech tenía una hora de retraso con relación a Madrid. Y nuevamente, por miedo a quedarme dormida, en vez de regresar a dormir a mi camita, me despanzurré en un sofá de la salita de mi Riad.


A las 9am en punto partimos en grupo – unas 10 personas entre alemanes, canadienses, españoles y yo – a las montañas. La primera parada fue una pequeña casita de adobe (o algo similar) donde habitaba una familia común de Marrackech. En ella, nos prepararon un desayuno delicioso: té de menta (con una divertida introducción a su forma de preparación), pan recién horneado, mantequilla, aceite de oliva y miel.






Una peculiaridad: los panes los cocinan grandotes, del tamaño de la base de una pizza grande, y luego lo sirven en trocitos cortados con las propias manos. Luego, cada persona va tomando los trocitos y remojándolos en aceite de oliva y miel o untándolos con la mantequilla. Una delicia.


La segunda parada fue el lugar donde me enamoré a primera vista de un camello. Entre todos era el que tenía el rostro más dulce, la mirada más tierna. Lo elegí de inmediato y me monté en él. Para ello, tuve que subirme por una escalera: sí, así de altos eran estos benditos animales, con las patas flaquitas, pero un tórax robusto, y no puedo negar que sentí mucho vértigo al subir. Tanto, que por unos segundos dudé en dar el paseo. Felizmente lo hice, porque fue una experiencia inolvidable.





Minutos después, y antes de empezar la caminata por las montañas, hice mi primera negociación en inglés. Me habían dicho que si a un comerciante marroquí no le pedía una rebaja y no discutía con él largo rato antes de pagarle el precio que me propondría, le arruinaría el día, pues lo haría pensar que hizo un mal negocio. Por ello, discutí unos 15 minutos antes de lograr pagar 45 dirhams (4.5 euros) en vez de los 100 (10 euros) que me pidió en un inicio. Negocio redondo. Y en inglés!.

La caminata fue fabulosa. Los paisajes muy bonitos, aunque nada que no hubiera visto en el Perú. Nada comparado con Huancaya, por ejemplo. Pero no por ello dejé de disfrutar bañarme en la catarata, tomarme fotos sola y en grupo y hasta grabar un video de mi alrededor. Parte anecdótica: un vendedor de collares me ofreció un collar a cambio de un beso y/o que me case con su hijo (luego de preguntarme donde estaba mi esposo e indignarse porque a mis 23 años era aún soltera).




La parte final fue el almuerzo típico. Mentiría si les digo que recuerdo los nombres de cada uno de los platillos que nos sirvieron, pero lo que si recuerdo es que cada uno de ellos era delicioso. Todos consistían más o menos en guisos de carne o pollo con verduras y muchos condimentos que hicieron las delicias de mi paladar. De paso, aprovechamos para tener una bonita tertulia entre extranjeros en una acogedora terraza en pleno atardecer.


Como les dije, no hubieron mayores contratiempo en este día. Quizás por ello, no pudo ser mejor broche de oro para cerrar este viaje que siempre recordaré y agradeceré.

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