miércoles, 20 de junio de 2012

Reflexiones sobre los horarios laborales



Que maravilloso sería trabajar solo tres días a la semana. Maravilloso salir de casa a las 7am y volver a las 10pm esos tres días. Maravilloso que yo trabaje los lunes, miércoles y viernes, y que mi mamá/hermana/esposo trabajen martes, jueves y sábado.

Ni que decir de lo increíble que me resulta pensar en que, al hacer en 3 días todo el trabajo que hago hoy en cinco días, tendré más presión, más estrés, mas amanecidas para estar al día. Tendré además tres buenos días sin desayuno y tres buenas noches sin un beso reparador.

Recibiré un menor sueldo, a pesar de que trabajaré – aunque no formalmente – la misma cantidad de horas. Pero eso no importa: tener cuatro días a la semana libres bien lo valen. Como no agradecer tener cuatro días que se volverán más cortos cuando me acostumbre a levantarme al medio día, pues no tengo que llegar al trabajo.

Gracias señor Carlos Slim por abrir la puerta a la opción de que haya mayores puestos de trabajo, aunque peor pagados.

Dejando el sarcasmo de lado, creo que la propuesta del Sr. Slim no es del todo jalada de los pelos. Tener cuatro días libres a la semana me permitiría, por ejemplo, escribir una novela. Si tuviera hijos, me permitirían pasar más tiempo con ellos. Podría tener más hobbys, ver más películas, leer más libros, aprender a cocinar.

Sin embargo, creo que el tema no es tan simple. Me pregunto cuantas personas harán algo productivo con sus cuatro nuevos días libres. Y al decir productivo, no me refiero obviamente a conseguir un nuevo empleo, pues la propuesta perdería todo sentido. Me refiero más bien a nutrirse como personas. A crecer. A hacer todo aquello que hoy no hacemos, y de lo cual le echamos la culpa – tan sueltos de huesos – a la falta de tiempo.

Me ha pasado – y creo que a todos – que los días de vacaciones son los más improductivos de todos. Tenemos hasta nuestra lista de todo lo que haremos en esos maravillosos días en los cuales tendremos “tanto tiempo libre” para ponernos al día con los pagos, con las visitas a las amigas, con la limpieza de la casa, con la peluquería. Pero pocos días nos toma darnos cuenta que lo único que gana horas es el sueño y la televisión.

Los días se vuelven más cortos, aceptémoslo. Nuestro cerebro se vuelve más lento, más flojo. ¿Por qué creen que mientras trabajan se acuerdan de las mil y una cosas que tienen pendientes por hacer, y cuando llegan a casa o tienen un día libre o llega el fin de semana, dormir o quedarse en pijama todo el día parece volverse más importante?.

No voy a meter a todos en el mismo saco. Seguro que hay personas que se levantan a las 7am tengan o no que ir a trabajar y van al banco a hacer pagos y visitan a sus amigas y limpian su casa y se hacen la permanente en el cabello en sus días de vacaciones. Pero no creo que sea el caso de la mayoría.

El trabajo nos ocupa, nos da sentido, nos plantea retos, nos encamina. Nos da un motivo, aunque no sea el único.
Recuerdo justo que en un curso de política económica que llevé en mi breve paso por Madrid, nos pasamos 4 horas enteras analizando como el desempleo que azotaba (y azota) España había tenido como principal efecto colateral la depresión (en el sentido clínico del término) de los desempleados. Y es indispensable precisar, para entender la idea, que el gobierno español otorga una pensión por desempleo: si, plata sin chamba. No, eso no basta.

El Sr. Slim sustentaba su propuesta señalando que la finalidad de tal idea, además de generar más puestos de trabajo, era “tener libres otros cuatro días y dedicarlos a la familia, a innovar, cultivarse o a crear”.

Suena genial, pero no creo que sea el camino correcto. El trabajo se vuelve una rutina y la rutina nos da disciplina. Si trabajara solo tres días a la semana, estoy segura que los otros cuatro se volverían igualmente dos, descontando todo el tiempo que perdería haciendo NADA.

En cambio, me gustaría proponer una variable. ¿No sería genial enfocar nuestra atención en que las jornadas laborales sean de 8 horas – sí, en la realidad y no solo en la teoría – para que cada día, además de tener la motivación y la disciplina que significa el trabajo, tengamos horas para dedicar a “la familia, a innovar, cultivarse o crear”?.

Con ello, los días seguirían empezando temprano (y por ende serían más productivos), no trabajaríamos hasta quedar exhaustos física y mentalmente tras 10 o 12 horas de trabajo (como ahora) y en consecuencia, podríamos llegar a casa con ánimos de compartir, de escribir, de leer, de hacer ejercicios, y no solo de dormir.

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