domingo, 25 de septiembre de 2011

CÓCTEL DE LANGOSTINOS


Me levante temprano. Diseñé mi blog. Fui feliz.


A media tarde comenzó la parrilla marina. Música, chilcanitos, muchas risas. Razones personales para que sea un día especialmente bonito. Genial.


Tomé mil fotos al cóctel de langostinos que preparó B. Delicioso. Pensé que la salsa golf, tan rosa, era el toque que hacía perfecto este plato introductorio. Me sentí afortunada. Afortunada de ver a mi alrededor a tantas personas llenas de alegría, llenas de vida.


Llegada la noche, 8pm, las noticias de siempre. Una en particular. Dos veces en una semana, mis ojos se llenaron de lágrimas. Tenía sólo 23 años y conoció la muerte simplemente porque sí. No hay mas razones. He tratado de encontrarlas. No hay una maldita razón para que un chico de 23 años deba morir así, sin buscársela.


¿Qué es finalmente el fútbol? ¿Qué clase de fanatismo grotesco (casi casi, un fanatismo religioso) es capaz de enlutar un domingo en que yo solo quería disfrutar mi cóctel de langostinos?. Ya no disfruté nada. Ya ese color rosa de la salsa golf solo simbolizaba la trivialidad de nuestras vidas. Tan ajenas. Y tan frágiles. Tan frágiles como esa vida que se perdió un sábado por la noche. Un día en que la mayoría celebrábamos. Un día en que nadie esperaba morir. En el que Walter Oyarce no esperaba morir.


Hoy al medio día puse este blog en marcha. Escribí sobre la pena de muerte. Hoy mismo, antes del anochecer vuelvo a escribir sobre la muerte. Una muerte tan injusta como aquella. Que me recuerda que nadie tiene el tiempo comprado, que nadie tiene una sola idea de si mañana estará en casa, comiendo un cóctel de langostinos, o estará, simplemente, bajo tierra. Una muerte que me daña como ser humano. Que me daña el corazón.


Descansa en paz Walter.

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