A eventos como estos me refiero cuando pienso y converso sobre aquello que hace la vida más interesante en el día a día. A estas anécdotas que simplemente nos dejan colgados, llaman nuestra atención, nos dejan mucho en qué pensar.
Resulta que hoy me encontraba en un ómnibus Covida, siguiendo la ruta de Monterrico a San Isidro, cuando casi llegando a mi destino, y debido a que me cambié de asiento en un intento desesperado por escapar de los insoportables rayos solares matutinos, me percaté de la presencia de dos hombres peculiares. Peculiares porque uno de ellos iba vestido con una túnica propia de alguna comunidad nativa, no porque fuera su vestimenta normal, sino con el fin de mostrarse representante de aquella. Peculiares porque cargaban lanzas artesanales, de esas que se ven en las películas para cazar animales en épocas ancestrales. Y peculiares porque hablaban a gran volumen, molestos, inconformes.
Tanta fue la atención que les presté, que decidí apagar la música de mi ipod para oír mas claramente la conversación que comenzaban a tener con una señora sentada en el asiento delante del mío.
Esta señora les preguntó sobre sus motivos para dirigirse al Ministerio del Interior (todos supimos que ese era su destino debido a que se lo preguntaron efusivamente al cobrador). La respuesta inicial provino del hombre que no llevaba la túnica puesta, quien se apresuró en callar a su compañero, que con ojos furiosos parecía querer descargar en su respuesta toda la rabia reprimida en su interior. Dijo que iban a reunirse con unos ministros. Que el presidente Humala los había traicionado. Que los había engañado con la nueva ley de consulta previa.
- - ¿Cuál ha sido el engaño?, repreguntó aquella mujer.
- - Ollanta nos dijo que no sacarían más mineral de nuestra tierra, nosotros vivimos de nuestra tierra. ¿Qué desarrollo traen las mineras? ¿Qué desarrollo ha llevado Camisea?. Las empresas nomás se desarrollan, nosotros no desarrollamos nada. Ahora dice que no se pueden revisar los contratos, que eso lo firmó Alan y no se puede hacer nada. Ahora dice que las empresas van a ayudarnos si los dejamos llevarse el oro.
- - Traidor de mier…, interrumpe el hombre de la túnica.
- - Tranquilo, lo calma el acompañante. Y luego vuelve a dirigirse a la señora. Por eso venimos. Por eso viene él disfrazado, por representatividad. Nos están esperando. Ahora van a ver. Ahora quiero que hablen de derechos humanos. Que somos unos salvajes, nos dicen. En nuestro pueblo sí se respetan los derechos humanos. Nosotros quemamos viva a la gente que comete delitos. No por gusto. Cuando roban nomás. En Lima se mata por gusto, no en nuestra tierra.
En ese punto trago saliva, con algo de miedo, pero con una necesidad desbordante de abrir mi bocota. Puedo quedarme callada si insultan a Humala, incluso sonreír. También si defienden a rajatabla sus tierras, sin tratar de comprender la necesidad que tienen el país de incentivar actividades económicas como la minería, la necesidad de atraer inversiones de esas grandes empresas que tanto odian. Puedo entender que sea justo que exijan ser escuchados, pues están en todo su derecho. Pero no puedo entender que defiendan el quemar vivas a las personas por robo. Y eso solo revela que el Estado no existe en esas tierras. Que el Estado son solo ellos mismos, sin más.
Pero ya no me atreví a pronunciar palabra cuando la misma señora preguntó: ¿y esas lanzas de qué están hechas?.
- - Esas lanzas no son de juego. La parte para agarrar es de caña, pero la punta es dura, para atravesar gente.
- - Para matar sinvergüenzas, intervino nuevamente el hombre que vestía la túnica.
- - Entonces sus protestas no serán pacíficas, se arriesga la señora.
- - Claro que no. Ese Humala nos ha traicionado. Nosotros trabajamos por él, obligamos a la gente de nuestro pueblo a votar por él. Y por eso ahora en nuestro pueblo nos quieren ahorcar a nosotros y con justa razón. A los traidores se les mata.
Y súbitamente retornaron esos ojos furiosos, cargados de ira. Esos ojos que me confirmaron que discutir con ellos no era prudente. Que darles la contra sería temerario. Esa mirada que me dejó claro que no para todos el diálogo era la solución, porque seguramente estaban hartos de dialogar sin obtener ningún resultado.
Ojos furiosos y palabras contundentes que me recordaron que no somos un solo país, si no muchos en un mismo territorio. Que quién sabe si algún día llegaremos a entendernos. Si algún día nuestros intereses podrán converger con los suyos. Si llegará el día en que un presidente no tenga que pactar con el diablo para ser elegido como tal, con las consecuentes cobradas de cuenta que esos diablos les exigirán.
- - Ojalá una de estas lanzas, de casualidad, atraviese al presidente Humala.
Dicho esto último, ambos hombres abandonaron el vehículo, apresurados por llegar a la cita con esos ministros que los esperaban.
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