Cuando era niña – adolescente siempre quise ser escritora. Recuerdo jugar en el colegio y decirle a todos mis compañeritos del salón que sería famosa, que ellos leerían mis libros, que sus hijos y nietos estudiarían mi nombre en sus cursos de literatura. Ganaba concursitos simples a nivel escolar, puros premios, a mis ojos, mediocres.
Terminé el colegio en el 20003. Estaba feliz, pero insegura. Periodismo o derecho era el dilema. Todos en casa querían que sea derecho. Es una carrera más seria, pagan mejor, es más gratificante, decían. Decidí entonces estudiar periodismo. Rebeldía pura. Dar la contra. Necedad. Eso es tener 16 años, pues.
Comenzaron las clases. Disfrutaba los primeros cursos, las nuevas personas. Los amigos que hoy siguen siendo “los amigos de la universidad” (los de derecho, nunca fueron mis amigos). Él me presionaba para que trabaje, para enseñarme su propio oficio. Quería mano de obra barata probablemente. Comencé a editar textos para libros universitarios, a diagramar dibujos de cuentos para niños, a diseñar mis primeros volantes. Comencé a disfrutar eso de trabajar, mucho más que estar en la universidad.
Paralelamente, no ganaba los concursos de creación literaria (Juegos Florales) de la UPC. Mandaba mis cuentos, ilusionada, y nada. Tiré un poco la toalla. Y digo un poco, porque nunca podré realmente dejar de escribir, a pesar de que me haya alejado de esa idea tan arraigada que tenía de ser escritora, de vivir y morir escribiendo.
Y en simultáneo también, de alguna extraña forma, comencé a dudar de mi vocación periodística. Quizás porque me acerqué al periodismo pensando ingenuamente que estudiar periodismo me volvería una mejor escritora. Hoy me río de esa creencia tan inocente. Con ello, sentía que el periodismo ya no me llenaba, que no era para mí. Y como es la vida de pendeja, que justo me tocó llevar, en medio de esa reciente incertidumbre, el curso de Televisión con Jaime Chincha.
Lo odié. Estuve segura que no quería eso para mí. Que trabajar en medios noticiosos era algo que no me hacía feliz en absoluto. Es que era lógico. Yo estudiaba periodismo porque quería ser escritora.
Me cambié de carrera, a derecho. No pensé demasiado y solo recordé que siempre había sido mi segunda opción. Un poco a ciegas y sin esforzarme demasiado, terminé la carrera con un promedio envidiable, pero sin un trabajo que llenara mis expectativas. Mis prácticas pre profesionales fueron una sucesión de errores y pasé de una a otra intentando encontrar mi lugar, obligándome a sentir algo de esa pasión con la que otros más afortunados viven su carrera.
Hace poco conocí la oficina de mi amiga periodista. Tan alegre, tan colorida, tan vanguardista. Tan distinta a mi oficina, a todas las oficinas de abogados. La vi trabajar y la envidié. Y la escuché decirme lo q siempre temí que alguien me dijera: no debiste cambiarte de carrera. Efectivamente. Debí explorar más, ver más allá de un curso de televisión. Saber que las comunicaciones no se limitan a medios noticiosos. Está el diseño gráfico, la fotografía, los temas de imagen corporativa.
Y ayer visité a mi amiga del colegio, que vivió conmigo todo este cambio. Toda esta vida, en realidad. Y me dijo que ella sí ve en mí una abogada, solo que una con algo de miedo. Y me dijo también que mis otros intereses deben quedar como pasatiempos, hobbies, entretenciones.
Ahora entonces tengo a dos amigas cercanas que tienen opiniones opuestas respecto a mi problema. Un novio que ve en mí también más a una comunicadora, aunque no por eso deja de ver a una abogada. Unos padres que hoy entienden que mis diversos intereses no son excluyentes entre sí. Y yo, con las mismas inseguridades de hace tantos años respecto a lo que será mi futuro, sólo que ahora con los tiempos encima que me obligan a enfrentarlas de una buena vez.
Por lo pronto, se que con tantos intereses, sería negligente tener que dedicarme solo a uno. Quiero diseñar, quiero tomar fotos, quiero escribir. Quiero, también de vez en cuando, discutir temas de derecho, rebuscar en casos controversiales, meter mi cuchara con mis recomendaciones legales. Felizmente, tengo tanta suerte, que puedo darme el lujo de buscar, de no tener que abandonar ninguno de esos intereses. Felizmente.
Lo que si, debo confesar que más seguido de lo que quisiera, me descubro soñando, imaginando como sería mi vida hoy si no me hubiera cambiado de carrera hace 5 años. No niego que algunas de esas imágenes me gustan, me encantan. Pero hay otras que no soporto. Y son las imágenes en las que no viajo a estudiar a Europa, en las que no conozco a algunos buenos amigos que hice en mis trabajos anteriores como practicante de derecho y sobretodo, aquellas en la que no conozco a toda la cadena de personas que me llevaron a ti. Por eso, y me parece razón más que suficiente, no me arrepiento ni por un solo segundo de esa decisión que tomé. Simplemente, ahora voy a dedicarme a remediar aquello que no salió como esperaba, pero con la seguridad que me da la sonrisa que hoy llevo tatuada en el rostro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario