Tengo 4 años y medio. Mi nido queda a 1 cuadra de mi casa. Primero me gusta el nido. Mi profesara es linda. Hay muchos juguetes. Muchos niños nuevos. Nunca lloro al despedirme de mis padres. Nunca tuve miedo a eso de “la separación”. Pero poco a poco comienza a aburrirme. Lo colores: check. Los números: check. Los animales: check. Ver la hora: check. La profesora le dice a mis padres que me lleven a un colegio. Que ya no tengo nada más que aprender en el nido. Creo que soy una genia. Me llevan al colegio. Doy mi examen psicológico para ingresar a inicial 5 años. El Dr. Chang me pregunta qué haría si me prestan una pelota y la reviento. No respondo. Pienso. No sé la respuesta. Creo que soy bruta. ¿El resultado? Me mandan a inicial 4 años y, gracias a ello, termino el colegio a los 17. Damn it!
Tengo 9 años y mis primos que viven en Viena han llegado a Lima de visita. Tienen 11 y 13 años, respectivamente. Todas las tardes, después de almuerzo, invitan a mi hermana mayor a jugar con ellos en su cuarto. Nunca me invitan a mí. Soy demasiado “menor”, dicen. Me resiento. Reniego. Sufro. Con toda la inocencia de esos años, siento que me duele el corazón. No soy tan pequeña, pienso. Y pienso mil formas de convencerlos de que puedo jugar con ellos, de que a mis 9 años no hay nada que no pueda hacer. No lo logro por las buenas. Voy y los acuso con mi mamá y con la suya. Mi tía los reta diciéndoles que deben jugar también conmigo. Aceptan obligados. Me miran mal, molestos. Los miro feliz, escuchando en mi mente esa dulce melodía: les gané, me salí con la mía (8).
Tengo 14 años y soy buena en todo lo que hago. En los cursos del cole. Jugando vóley a nivel “colegio”. Escribiendo en los juegos florales. Me llevo bien con mi familia. Los profesores me quieren. Tengo buenos amigos. Todos vislumbran en mi un futuro promisorio. Todos confían en mi capacidad. Pero todo ocurre de forma tan natural que nunca siento que me esfuerce por todo ello. Simplemente ES. Yo solo me preocupo por obtener permisos para ir a fiestas. Todas mis amigas salen, menos yo. Mi papá me trata como si tuviera 10 años, como si fuera una niña. Lo hago todo bien, pero mi papá no confía en mi. Teme que no sea capaz de cuidarme, de tomar decisiones correctas. “Yo soy lo que tu criaste”, me gustaría decirle. No lo hago. Callo. Acepto. Solo frente a él, callo y acepto. Frente al mundo tengo 14 y me siento de 20. Solo frente a él tengo 14, pero me siento de 10.
Tengo 18 años y salgo con un hombre de 30. Es “diferente”, pienso. Es mejor. Las conversaciones son más ricas, más valiosas. Lo miro y lo admiro. Me siento grande, madura, superior. Un hombre de 30 quiere estar a mi lado. Sí, me siento un adulto en todo el sentido de la palabra. Pasa el tiempo, se aburre, me engaña. Con una mujer adulta, como él. Me siento chiquitita, como una nenita que necesita a su mamá para que la consuele. Pasé de tener 30 a tener 15 de nuevo en cuestión de días.
Tengo 25 años y creo que estoy lista para hacerme cargo de mi vida hace mucho. Pero mis incipientes ingresos económicos son incompatibles con esa idea. La pienso y repito: ese es el único impedimento. He vivido ya 6 meses sola y todo ha ido genial. He cuidado de misma, de mi casa, de mi mundo, sin meterme en un solo lío, sin necesitar acudir a mamá para nada, excepto para que me envíe dinero. Si fueran otras épocas, ya sería una mujer casada con 3 hijos. Pero nací en esta época, felizmente. Me siento segura, me siento mayor. Así los viejos digan que a los 25 aún soy una chiquilla. No creo serlo. No yo. Pero anoche un hombre de 42 años, conversando conmigo, escuchándome, me tomó como ejemplo de las razones por las que, a su edad, ya no podría estar con una chica de 25 años. Lo dijo en tono de broma, claro. Pero no le faltó verdad. Es cierto que la edad es mental, pero creo que es bueno respetar ciertos límites. Los años no pasan en vano y la experiencia que se gana cada año no es poca. Tengo 25 años y me siento un adulto, pero uno de solo 25, que sabe perfectamente que a los 42 será uno mucho más interesante, mucho más sabio y completo que hoy.
Finalmente, los años pasan tan rápido, que creo que no hace falta intentar siquiera saltar etapas. Mañana, seguro ya tenemos esa edad que hoy pretendemos fingir tontamente.
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