martes, 11 de agosto de 2015
I do!!! 08.08.2015
Amanecer muy temprano e intentar desayunar. Subir apurada y poner un poco de rock. Empezar a maquillarme mientras pedía un taxi para mis suegros. La dificultad de escribir por whatsapp con uñas postizas. Ponerme el vestido y no poder agacharme más. Necesitar ayuda hasta para ponerme los zapatos. Una sesión de fotos preciosa: primero sola, luego acompañada de mi mamá. La ilusión de tantos mensajes recibidos llenos de buenos deseos.
Estar lista con suficiente tiempo y esperar tranquila la llegada de mi auto (manejado por mi hermano). Verlo entrar a mi habitación a buscarme y saber que es la hora. Llegar a la iglesia temprano y poder ver entrar a los invitados (tan guapos). Pisar la alfombra roja y verlo ahí, esperando por mi. Tener la suerte de disfrutar la ceremonia más romántica imaginable (Gracias Padre Henry) y escuchar a mi (ahora) esposo tocar para mi. Subir al altar para las fotos del recuerdo y recibir un millón de besitos volados de bebe Raffi (se robó el show).
Volver a subir al auto. Cambiarme los zapatos (no aguanto los tacos). Arrastrar mi vestido por el jardín con lluvia del Pentagonito (y disfrutarlo). Jugar a las fotos, jugar a ser casuales, jugar a ser solo los dos. El hambre que empieza a apremiar, la ilusión de llegar a celebrar.
Llegar a la casa de Pame. Nuevamente los tacos. Escuchar a Queen y sentir unas ganas locas de saltar en el tabladillo mientras saludaba a los invitados. Renegar con el DJ porque puso el vals cuando le dio la gana. Volver a empezar. Iniciar un segundo baile lleno de amor. Enamorarme aún más al escuchar a mi esposo hacer el primer brindis. Desbordarme de emoción cuando fue mi turno de hablar. Asentir frente a las palabras de mi mamá (y darle total razón) y mi suegro. No dejar de reír cuando fue el turno de mi hermano. Botar una última lágrima con la ternura de mi mejor amiga.
Empezar la fiesta. Bailar, reír, beber, saltar, gozar el amor. Rodearme de amor.
Una familia política que cruzó el atlántico para estar aquí. Unos amigos internacionales de la vida que aterrizaron en Lima 8 horas antes para acompañarme en este día. Una familia sanguínea que vivía mi dicha como propia. Unos amigos incondicionales que - como siempre - me acompañaron de principio a fin. Y claro, como cereza, un esposo que me mira como si no existiera nada más allá de mis ojos.
¿Se puede ser más afortunada?
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